Fundación El Pilar
En respuesta a los grandes cambios y desafíos de nuestro tiempo y como una nueva forma de administrar y dirigir las instituciones es que la Congregación de las Hermanas Ursulinas de Jesús constituyen Fundación El Pilar, una institución privada sin fines de lucro donde su fin único es:
- La docencia, formación, capacitación de las personas, en todos sus niveles y ámbitos, especialmente en lo que se refiere a la enseñanza pre-básica, básica, media científico humanista y técnico profesional, tanto en el nivel escolar como adultos, pre-laboral y laboral.
- Organización, puesta en marcha, administración, desarrollo y operación de establecimientos educacionales, internados, hogares, centro de acogida y de formación.
- Implementación y mantención de un fondo solidario de becas para ir en ayuda de estudiantes de escasos recursos económicos y alto rendimiento escolar.
- El patrocinio de actividades y organizaciones culturales y artísticas destinadas a la promoción de los valores culturales.
La Fundación El Pilar está inspirada en los principios y orientaciones de la Iglesia Católica y de la Congregación Ursulinas de Jesús.
La dirección y administración de la Fundación reside en un Consejo Superior (Directorio), cuyo consejo está formado por la Superiora General o a quien ella designe y 4 miembros que serán designados por ella.
Quien preside actualmente el Directorio es la hermana Mirta Cárcamo Mansilla.
La Fundación fue constituida según consta en acta “el 19 de agosto de 1998”.
Infraestructura
La Fundación consta de dos estamentos:
- Colegio El Pilar, ubicado en calle Almirante Latorre 1.110 y cuya construcción existe desde el año 2005.
- Liceo Comercial El Pilar, donde se encuentra contiguo el Internado Femenino
Memoria de una Fundación
Llegada de las Hermanas Ursulinas de Jesús a Chile
Esta historia comienza bajo los cielos plomizos de Europa cuando lentamente se disipan y alejan las tormentas de fuego y nubarrones de presagios producto de la segunda guerra mundial. Es la Francia y la España de la post guerra.
En España recién se cicatrizan las heridas sufridas de la guerra civil española y la gran guerra mundial. Es la España gobernada por Franco, una época difícil para el mundo religioso, se deben reconstruir iglesias, comunidades y reavivar nuevamente la palabra del Evangelio, acallada por la persecución y la muerte. Es en este ambiente donde se escucha una llamada, desde tierras lejanas, desde un rincón del mundo, Chile.
El 2 de febrero de 1953, en Francia en el comedor de Chavagnes, casa Madre de la Congregación se lee una carta de Jesús García, sacerdote español, en la cual solicita voluntarias para evangelizar.
En algunos párrafos de la carta se lee: “Os necesitamos con urgencia… éste es un pueblo que en pocos años se puede levantar, la gente es muy buena. Se harán cargo de la escuela parroquial. Pero voy hablar claro: no se hagan ilusiones. Vienen a América, ¡Pero vienen a misiones! No van a encontrar ninguna comodidad temporal. Si desean ver ciudades populosas… no vengan. Si quieren ser valientes, sufrir por Cristo, vénganse, las recibimos con los brazos abiertos. Aquí aprenderán a montar caballo, a ahumar pescado, a vivir sin luz eléctrica… a ver pies descalzos”.
Después de leída esta carta surgía la pregunta en el comedor ¿Quién irá a Chiloé?
El 2 de Julio de 1953 la Madre General Margarite de J. llama a las hermanas que van hacer sus votos y luego de hablarles de la seriedad del compromiso y sin más preámbulo comienza a dar las obediencias a cada una.
Cuando de pronto se escucha “Chiloé” sorpresa y exclamación del grupo: viajar a un nuevo mundo significa dejar familia, amigos y emprender un viaje sin retorno a un mundo prácticamente desconocido. Es así que, con muchas dudas, inquietudes y temores, pero con alegría y la firme convicción de la Fe y la ayuda del Señor, se prepara en España la primera expedición de hermanas.
Desde ahí en Vitoria (España) comienzan los preparativos y los días de intensa actividad, de consejos, de emociones, despedidas hasta que el día 25 de octubre, el barco inglés llamado “Reina del Pacífico” zarpa del Puerto Santander con más de mil pasajeros, incluidas las 5 primeras religiosas Ursulinas y trecientos tripulantes, lentamente se aleja de las costas españolas y con ello se cierra un ciclo de vida religiosa, pero se abre otro aún más desafiante e incierto con un destino fundacional.
El grupo de las primeras Ursulinas son:
1. María Larragueta
2. Magdalena de San José
3. Lucía Quintana
4. Marta Pinedo
5. Cándida Ortiz del Río
Es una travesía de 22 días y cada uno depara una nueva sorpresa y es así que reciben una carta desde Ancud donde les comunican cambio de misión, ya no se harán cargo de la escuelita, sino de un Hogar, de un orfanato y es así que en cada una de ellas anida la certeza de dar lo mejor de sí.
Y así llegan al otro mundo, al Puerto de Valparaíso, el 22 de noviembre, después de navegar por los océanos Atlántico y Pacífico. En Valparaíso son acogidas por las Religiosas de los Sagrados Corazones, acompañadas por Monseñor Eugenin (obispo de origen chilote). Posteriormente viajan a Santiago y permanecen algunos días con las religiosas que las acogieron.
Desde Santiago parten en tren hacia Puerto Montt donde son acogidas en la casa del Cónsul español, esperan un poco para viajar a Chiloé, solo había una sola lancha los lunes. En la parte final de su destino les acompaña el padre Bayona. Llegan a Chacao en la lancha “Santa Catalina” les recibe Monseñor Augusto Salinas y un grupo de señoras de la Acción Católica y posteriormente viajan en “la micro” de los hermanos Ulloa.
Llegan a Ancud el 30 de noviembre, los corazones laten fuertemente y escuchan en la misa la carta que dice: “Qué hermosos los pies de los que anuncian el Evangelio”. Así terminan sus 36 días de viaje. En su nueva casa son recibidas por las religiosas que hacía poco habían dejado este plantel que durante 12 años sirvió de hospital. Reciben las llaves de su hogar, quedan solas, se miran, una breve sonrisa y en momento todas hablan proponiendo la mejor idea para dar los primeros pasos.
La casa era grande, de madera, poco cuidada y todavía olía a hospital.
Habían llegado con los bolsos de mano, los baúles llegaron recién el 12 de febrero 1954.
El día de navidad reciben como aguinaldo “un grupo de niñas huérfanas”, entre cinco y quince años. Tiempo no fácil el trato con las niñas ya que ellas no entendían el castellano de las hermanas, ni las hermanas entendían los modismos chilotes.
Un matrimonio español, Jainaga Mayagaray, había llegado a Ancud, poco antes que ellas y se habían instalado con una ferretería. Tuvieron el detalle de preparar un regalito para cada niña. Empiezan a descubrir el amor proveniente de Dios.
Viven de su trabajo de coronas y ramos para difuntos, colchones, bordados, zurcidos invisibles y de la solidaridad del pueblo en útiles escolares y alimentos para mejorar la comida de las niñas.
Por otro lado, a poco andar se abre una nueva comunidad de hermanas en Santiago y así se va expandiendo por otras ciudades y van acogiendo a jóvenes chilenas que se plantean la vida religiosa como una opción de vida.